lunes, 8 de septiembre de 2014


Anoche soñé que me moría.
 

 Llegaba al Cielo y había un cartel en la puerta que decía: "No se aceptan Uruguayos"

 Patalee, pedí para hablar con el "Jefe" pero me dijeron que estaba ocupado y que si quería podía hablar con el representante ... un tal Francisco. Pero para eso tenía que regresar al punto de partida.

 Lo hice, bajé, pregunté por el tal Francisco y me dijeron lo mismo "No se Aceptan Uruguayos". Argumenté que me mandaba el "Jefe" de arriba y no hubo caso. Patalee, hasta que un Cardenal se me acercó y me dijo "El Sr. Representante, dopo una visita de un coterráneo suyo, hizo colgar el cartelito".

 Me dejó sin argumentos.

 Pregunté qué me sugería entonces hacer, ya que había muerto, arriba no me aceptaban, y la idea de trabajar de "Alma en Pena" no me seducía mucho. Porque después de asustar a dos o tres parientes y a cinco o seis amigos, eso se vuelve monótono y uno se aburre.

 Me dijo entonces "Mire mi amigo, el Purgatorio está hasta el tope y sé de buena fuente que no están aceptando a nadie, así que yo le recomendaría probar suerte allá abajo ... al menos en invierno va a estar calentito".

 Entonces giré sobre mis talones, busqué la escalera y comencé a bajar.

 A medida que lo iba haciendo, el sitio me parecía más y más familiar.

 Por los caminos había inmundicia, basura y excrementos.

 Dos veces unos demonios trataron de robarme.

 Unas pantallas enormes decían que ahí no había educación, ni salud, ni trabajo saludable.

 El colmo lo cumplió un enorme cartel que rezaba “Abandonad toda esperanza de nada”.

Intrigado en todo esto y tratando de recordar a qué me hacía acordar todo aquello, pasé por entre miles de demonios con pinta de trabajadores que decían estar de paro. Al lado mío bajaban unas almas que decían venir del mismo lugar que yo y que protestaban por la falta de médicos.

 No sé para qué un muerto quiere un médico.

 Quizás lo quería antes … no sé.

 Finalmente llegué a una puerta enorme. Roja. Caliente. Llameante casi.

 Golpee y tras abrirse apareció un demonio grandote, enorme, con ojos inyectos en sangre, cornudo, con patas de cabra, cola larga y un tridente en la mano.

“De donde vienes”? me interrogó con una voz estruendosa al tiempo que me escudriñaba como agente de migración de Estados Unidos.

“De Uruguay”, dije con vos temblorosa al tiempo que vapor salía de mis pantalones (los fluidos corporales se evaporan a esa temperatura … es lógico).

 Me miró, se sonrió, me dijo:

“Ah no mhijo … vuelva para arriba, profesionales en sufrimiento y con entrenamiento permanente no valen”

Mientras volvía a subir oí que le decía a un demonio chiquitiko que se asomaba entre sus patas “Estos ya tienen bastante con la Sucursal”

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